El Acuerdo por Chagos: Reino Unido entre el Legado Imperial y la Nueva Geopolítica del Indo-Pacífico

La reciente decisión del Reino Unido de devolver el archipiélago de Chagos a Mauricio, a cambio de conservar el control militar de Diego García, marca un punto de inflexión en su política exterior post-Brexit. Este movimiento, respaldado por Estados Unidos y observado de cerca por potencias como India y China, revela los profundos cambios en el equilibrio geopolítico del Indo-Pacífico. Más allá de una cuestión colonial, el acuerdo refleja cómo Londres intenta redefinir su papel global en un mundo multipolar

Ubicadas en el centro del océano Índico, el archipiélago de Chagos es un punto geopolítico de vital importancia. Foto: IAS Akkademy

La cuestión de las Islas Chagos ha sido, durante décadas, un punto neurálgico de fricción diplomática, litigio legal internacional y controversia sobre los legados del colonialismo británico. A principios de abril de 2025, el gobierno británico liderado por Keir Starmer anunció un trascendental acuerdo con la República de Mauricio para devolverle la soberanía sobre el archipiélago de Chagos —58 atolones situados en el corazón del Océano Índico— a cambio de un arrendamiento de 90 años sobre la isla de Diego García, la mayor y más estratégica del conjunto. Esta decisión, aprobada por la administración estadounidense, no solo pone fin a una de las controversias más longevas del derecho internacional postcolonial, sino que también se inscribe en un complejo entramado de dinámicas geopolíticas, rivalidades de poder y redefiniciones estratégicas en una era de creciente multipolaridad.

Para comprender la profundidad de este movimiento geoestratégico, es imprescindible considerar las raíces históricas del conflicto. El archipiélago de Chagos fue separado del territorio de Mauricio en 1965, tres años antes de que este último obtuviera su independencia del Reino Unido. Esta separación fue ampliamente percibida como una imposición colonial, contraria a los principios del proceso de descolonización sancionado por Naciones Unidas. La población autóctona de las islas, los chagosianos, fue desplazada forzosamente a Mauricio, Seychelles y el Reino Unido para dar paso a la construcción de una base militar en Diego García, en virtud de un acuerdo secreto con Estados Unidos. Desde entonces, este territorio ha sido objeto de una creciente presión internacional, con episodios clave como la opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en 2019 —que declaró ilegal la administración británica del archipiélago— y la resolución subsiguiente de la Asamblea General de la ONU exigiendo su devolución.

El Reino Unido, a pesar de haber resistido durante décadas estas presiones, ha tenido que reconsiderar su postura debido a factores internos y externos. La salida de la Unión Europea debilitó significativamente su capacidad diplomática en los foros multilaterales y minó su influencia como defensor del orden internacional basado en normas. Asimismo, la creciente alineación de los estados del Sur Global en torno a la crítica del doble rasero occidental en la aplicación del derecho internacional dejó al Reino Unido expuesto y sin margen de maniobra. Frente a este contexto, y en medio de un clima global marcado por el resurgimiento del nacionalismo, las guerras de poder indirecto y la rivalidad entre China y Occidente, el acuerdo sobre Chagos representa una maniobra de reposicionamiento estratégico, una suerte de redención diplomática y una adaptación a la nueva realidad post-Brexit.

Desde el punto de vista geopolítico, el archipiélago de Chagos es una pieza crítica en el tablero del Indo-Pacífico. Su localización, en el centro de las rutas marítimas que conectan Asia con África y Europa, le otorga una importancia estratégica descomunal. Diego García, en particular, ha sido utilizada como base para operaciones militares estadounidenses desde la Guerra Fría hasta las guerras de Irak y Afganistán. Es parte integral del sistema de proyección de poder de Estados Unidos en Asia, el Golfo Pérsico y África Oriental. Por tanto, cualquier alteración en el estatus de este enclave tenía que ser cuidadosamente negociada con Washington. El respaldo estadounidense a este acuerdo revela un cambio sutil pero significativo en la lógica estratégica de la Casa Blanca: el fortalecimiento del derecho internacional y las alianzas estables frente al revisionismo chino es, al menos en el discurso, un vector prioritario, incluso si el nuevo mandato de Trump apunta hacia una política exterior más transaccional y unilateralista.

En este marco, el Reino Unido ha buscado cuadrar el círculo. Por un lado, trata de reafirmar su compromiso con el derecho internacional y el proceso de descolonización, mejorando su imagen global frente al Sur Global y restaurando cierta autoridad moral en los foros multilaterales. Por otro, ha logrado preservar el acceso estratégico a Diego García, esencial para mantener el vínculo privilegiado con Estados Unidos en materia de seguridad y defensa. Esta maniobra no está exenta de riesgos: se especula que el costo fiscal del acuerdo podría ser elevado y aún no se han concretado las indemnizaciones o medidas de reparación para los chagosianos expulsados, lo que podría minar la legitimidad del proceso a nivel interno y externo. Además, existe la posibilidad de que este precedente reavive demandas sobre otros territorios de ultramar, como Gibraltar o las Islas Malvinas, desafiando así la arquitectura territorial posimperial del Reino Unido.

El acuerdo también debe ser interpretado en relación con el ascenso de la región del Indo-Pacífico como epicentro de las tensiones globales. La creciente militarización de esta área, combinada con la expansión de la influencia china a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y el despliegue naval en el Océano Índico, ha provocado un reposicionamiento acelerado de potencias regionales y globales. En este contexto, India emerge como un actor clave. Nueva Delhi, con profundas raíces históricas y étnicas en Mauricio, así como una creciente preocupación por la presencia naval china, ha desempeñado un papel sutil pero significativo en el proceso de negociación entre Londres y Port Louis. Como potencia regional en ascenso, India ve en la devolución de Chagos una oportunidad para reforzar su esfera de influencia en el Océano Índico y consolidar su papel como garante de la seguridad marítima regional.

Desde una perspectiva geoeconómica, el Reino Unido también tiene razones pragmáticas para avanzar en esta dirección. Tras el Brexit, Londres ha tratado de diversificar sus alianzas comerciales y forjar nuevos acuerdos con países de rápido crecimiento económico. India, con su mercado interno expansivo, su base industrial en expansión y su creciente peso en los organismos internacionales, representa un socio estratégico de primer orden. Las tensiones en torno a Chagos han sido un obstáculo latente en las negociaciones comerciales bilaterales entre ambos países. La resolución de este conflicto podría allanar el camino para un acuerdo comercial más ambicioso y simbólicamente relevante, contribuyendo a los objetivos británicos de redefinirse como una potencia global de influencia mediana pero significativa.

El telón de fondo de este realineamiento es la transformación estructural del orden global. Las potencias tradicionales como Estados Unidos, Reino Unido y la UE ya no tienen el monopolio del liderazgo normativo ni de la capacidad de proyección de poder. El ascenso de China, la autonomía estratégica de India, el resurgimiento de Rusia y la mayor coordinación de los países del Sur Global están generando un mundo más policéntrico y menos predecible. En este contexto, las decisiones estratégicas ya no pueden tomarse exclusivamente desde una óptica occidental. El Reino Unido parece haber comprendido, aunque con cierta tardanza, que su papel en este nuevo escenario dependerá de su habilidad para negociar, ceder cuando sea necesario, y construir coaliciones flexibles basadas tanto en intereses como en principios.

Finalmente, la cuestión de Chagos plantea interrogantes fundamentales sobre la naturaleza del poder, la legitimidad y la justicia en el sistema internacional contemporáneo. ¿Puede un Estado defender sus intereses estratégicos respetando los principios del derecho internacional y los derechos humanos? ¿Es posible reconciliar el legado imperial con una política exterior ética y moderna? ¿Hasta qué punto las potencias medianas pueden ejercer influencia en un mundo dominado por gigantes geopolíticos? El caso de Chagos sugiere que la respuesta está en la capacidad de adaptación, en la diplomacia inteligente y en el reconocimiento de que el poder, hoy más que nunca, es también la capacidad de ceder con inteligencia.

Este acuerdo, si bien no resuelve todos los dilemas inherentes al estatus global del Reino Unido, constituye un movimiento significativo dentro de una estrategia más amplia de reacomodo geopolítico. Representa una apuesta por la relevancia en un mundo cambiante, y una lección de que la diplomacia efectiva exige comprender no solo la historia y la geografía, sino también el tiempo político en que se vive. La historia de las Islas Chagos, con sus sombras coloniales y sus nuevas promesas geopolíticas, simboliza precisamente eso: la tensión permanente entre el pasado que aún pesa y el futuro que, con astucia, se puede moldear.

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