Corea del Norte Renace: El Ascenso Silencioso que Redibuja el Mapa Geopolítico de Asia

En medio de un panorama internacional en transformación y la inminente elección presidencial en Corea del Sur, Corea del Norte emerge como un actor renovado, más resiliente y estratégico que nunca. Lejos de la imagen de aislamiento y estancamiento, el régimen de Kim Jong Un ha fortalecido sus alianzas internacionales, reconfigurado su política hacia el Sur y cultivado una clase media con creciente poder adquisitivo. Este nuevo escenario plantea desafíos profundos para Seúl y obliga a repensar el equilibrio de poder en Asia oriental. Comprender esta evolución es clave para anticipar el rumbo de las dinámicas geoeconómicas y de seguridad en la región

Soldadas norcoreanas sonríen antes de un desfile para conmemorar el 65.º aniversario de la fundación del Partido de los Trabajadores de Corea en Pyongyang. REUTERS/Petar Kujundzic (COREA DEL NORTE)

El 3 de junio de 2025, la República de Corea (Corea del Sur) celebrará elecciones presidenciales anticipadas, tras la destitución del presidente Yoon Suk Yeol mediante juicio político. Su salida marca un punto de inflexión en un país que ha dependido históricamente de una democracia estable y una estructura de alianzas estratégicas profundamente arraigadas con Estados Unidos y otras democracias liberales. El nuevo presidente, que asumirá el cargo el 4 de junio, probablemente sea Lee Jae-myung, líder del Partido Democrático (DP), una formación política con una larga trayectoria de políticas orientadas al diálogo y la cooperación con Corea del Norte. Sin embargo, el escenario que enfrentará será muy diferente al de administraciones anteriores. La Corea del Norte de 2025 ya no es el mismo actor geopolítico que en las décadas anteriores: su posición estratégica, su estructura económica interna y su relación con los actores regionales ha cambiado radicalmente, lo que plantea nuevos retos tanto para la península como para el equilibrio de poder en el noreste asiático.

El ascenso de una Corea del Norte más resistente, tanto desde el punto de vista geopolítico como económico, se produce en un contexto internacional de transición hacia una estructura multipolar sin un liderazgo hegemónico claro. Esta nueva fase, a la que algunos analistas se refieren como “anarquía multipolar”, se caracteriza por la coexistencia de órbitas de orden regional relativamente estables junto con un desorden global, donde las reglas del juego se negocian caso por caso, a menudo de manera unilateral o coercitiva. El sistema internacional que emergió tras la Segunda Guerra Mundial, liderado por Estados Unidos y cimentado por organizaciones multilaterales como la ONU, el FMI o el Banco Mundial, está mostrando signos visibles de agotamiento. China ha adoptado un enfoque más asertivo, Rusia desafía abiertamente el statu quo internacional y Estados Unidos, bajo una renovada doctrina aislacionista en el segundo mandato de Donald Trump, ha mostrado reticencias a seguir sosteniendo el orden liberal global. En este nuevo tablero internacional, Corea del Norte parece haber encontrado oportunidades para fortalecer su margen de maniobra y diversificar sus alianzas estratégicas, al tiempo que Corea del Sur se enfrenta a la disyuntiva de redefinir su modelo de desarrollo y seguridad nacional.

Uno de los elementos más sorprendentes de esta transformación es la resiliencia económica interna desarrollada por Corea del Norte en las últimas dos décadas. Aunque sigue siendo un Estado autoritario altamente centralizado y con una economía técnicamente planificada, lo cierto es que el colapso del sistema socialista en los años 90, especialmente tras la “Marcha Ardua” y la crisis alimentaria devastadora que la acompañó, obligó al régimen a permitir de facto el surgimiento de un mercado paralelo. A través de mercados informales —los llamados jangmadang— y una tolerancia pragmática hacia ciertas actividades privadas, emergió una clase media incipiente que no solo desafió la narrativa de un pueblo completamente sometido al Estado, sino que introdujo dinámicas de consumo, inversión privada y emprendimiento que han alterado profundamente el tejido social del país.

Actualmente, esta clase media norcoreana, compuesta tanto por antiguos funcionarios del aparato estatal como por nuevos actores económicos surgidos en los mercados informales, representa una fuente creciente de poder adquisitivo y demanda interna. Indicadores como la proliferación de cafeterías, tiendas privadas, salones de belleza, complejos de ocio, y el aumento del número de suscripciones a telefonía móvil —que se estima en alrededor de 7 millones, es decir, aproximadamente un tercio de la población— revelan que una parte significativa de la sociedad ha logrado un grado modesto pero real de prosperidad económica. La expansión del consumo privado, junto con la aparición de billetes de alta denominación y un creciente uso de pagos digitales, sugiere que Corea del Norte está en un proceso de transición hacia una economía híbrida que combina el control estatal con espacios semi-tolerados de libre empresa.

Este cambio interno tiene importantes implicaciones estratégicas. En primer lugar, reduce la dependencia de Corea del Norte de la cooperación económica externa, lo que debilita uno de los principales instrumentos de presión que las administraciones surcoreanas y occidentales han intentado utilizar para inducir cambios de comportamiento en Pyongyang. En segundo lugar, permite al régimen norcoreano reforzar la cohesión interna mediante el estímulo del consumo de ocio, educación y servicios, consolidando así su legitimidad frente a una ciudadanía cada vez más consciente de sus expectativas materiales. La apertura de resorts como Masikryong, Yangdok o el nuevo complejo turístico de Wonsan-Kalma —cuya capacidad se estima entre 10.000 y 20.000 camas— indica que el turismo interno, y no los visitantes extranjeros, podría estar en el centro de la estrategia de desarrollo de infraestructura turística. Este fenómeno, inédito en la historia económica del país, es un indicio de que la clase media no solo consume, sino que también moldea prioridades políticas y económicas.

En el plano internacional, Corea del Norte ha sabido aprovechar las grietas del orden liberal para proyectar su influencia. La intensificación de los lazos con Rusia —a través de suministros militares y el envío de tropas a zonas de combate como Kursk— no solo genera ingresos vitales en divisas, sino que también le permite adquirir tecnología militar avanzada y ganar experiencia práctica en conflictos armados contemporáneos. Asimismo, el fortalecimiento de los vínculos con China, que ha suavizado el cumplimiento de las sanciones internacionales y mantiene flujos de comercio limitados pero constantes, consolida un nuevo eje autoritario en Asia del Este. Todo esto ocurre en un momento en que Corea del Norte ha abandonado oficialmente el objetivo de la reunificación nacional, declarándose un Estado soberano completamente separado de Corea del Sur, a la que ha designado como enemigo permanente. Este giro doctrinal no es meramente simbólico: marca un cambio de paradigma que tendrá consecuencias a largo plazo para la estabilidad regional.

En este contexto, Corea del Sur se enfrenta a un dilema estratégico. Por un lado, su tradicional modelo de seguridad basado en la alianza con Estados Unidos está bajo presión. La posibilidad de una retirada parcial o total de tropas estadounidenses —como parte de una política aislacionista estadounidense o de una renegociación del paraguas nuclear— dejaría a Seúl expuesto a amenazas externas en un entorno de seguridad cada vez más volátil. Por otro lado, su economía, orientada a la exportación y altamente dependiente de las cadenas de suministro globales, podría verse perjudicada por las políticas proteccionistas de Washington y por una competencia tecnológica cada vez más agresiva con China. Estos factores han llevado a algunos sectores en Corea del Sur a plantear la necesidad de una mayor autonomía estratégica, incluyendo la posibilidad, hasta ahora tabú, de desarrollar capacidades nucleares propias fuera del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Tal decisión, sin embargo, acarrearía un aislamiento diplomático y podría desencadenar una carrera armamentista en toda Asia oriental, con implicaciones impredecibles.

Además, la creciente autosuficiencia de Corea del Norte socava la lógica detrás de los enfoques de «compromiso gradual» que han guiado la política surcoreana desde principios de los años 2000. Los programas de cooperación económica, intercambios culturales, reuniones familiares, proyectos de infraestructura conjunta y zonas industriales como Kaesong tenían como objetivo fomentar la interdependencia como vía hacia la reconciliación. Hoy, el régimen de Kim Jong Un ya no necesita —ni parece desear— esos canales de interacción. En su lugar, apuesta por una doctrina de desarrollo nacional independiente, apoyada por el crecimiento de su clase media, el rearme nuclear y el respaldo de potencias revisionistas.

En suma, la situación actual representa un doble desafío para Corea del Sur: por un lado, la reconfiguración del equilibrio de poder en Asia, con una Corea del Norte cada vez más segura de sí misma y respaldada por actores clave del sistema internacional; por otro, el debilitamiento de los instrumentos económicos y diplomáticos que Seúl había utilizado para contener o influir en Pyongyang. Esta combinación de factores podría llevar al nuevo presidente surcoreano a revisar profundamente las prioridades de su política exterior. Incluso con una orientación favorable al compromiso, como la que representa Lee Jae-myung, el pragmatismo podría imponerse, y la política hacia Corea del Norte podría ser relegada a un segundo plano en favor de fortalecer la capacidad defensiva, diversificar las alianzas estratégicas y asegurar la resiliencia económica frente a un mundo cada vez más incierto.

En este sentido, lo que está en juego va mucho más allá de la península coreana. Las decisiones que se tomen en Seúl en los próximos años tendrán consecuencias directas en las dinámicas geoeconómicas del noreste asiático, en la arquitectura de seguridad regional y en la evolución del sistema internacional en su conjunto. La nueva Corea del Norte es, sin lugar a dudas, uno de los síntomas más elocuentes de la transición del mundo hacia una era post-liberal, donde el poder ya no emana de las normas compartidas, sino de la autosuficiencia estratégica, la adaptabilidad económica y la capacidad de resistir la presión externa.

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Por Instituto IDHUS

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