Colombo necesita una transformación sistémica: Un análisis integral de su desarrollo urbano, desafíos estructurales y perspectivas de mejora

Colombo, capital administrativa y principal núcleo urbano de Sri Lanka, enfrenta desafíos estructurales acumulados a lo largo de más de siete décadas de gestión deficiente. A pesar de su centralidad económica, demográfica y simbólica, la ciudad ha sufrido una planificación urbana fragmentada y poco inclusiva

Colombo es la capital comercial y la ciudad más grande de Sri Lanka, además de un popular destino turístico. Foto: Agnieszka Rysio

Colombo, la capital ejecutiva y judicial de Sri Lanka, no solo representa el núcleo administrativo y financiero del país, sino que también constituye un espacio simbólico de convergencia cultural, histórica y demográfica. Con una población metropolitana estimada en más de 5,6 millones de personas y cerca de 753 mil habitantes dentro de sus límites municipales, Colombo es la ciudad más poblada de la isla y su principal centro económico. La ciudad alberga instituciones clave del poder estatal, sedes de corporaciones nacionales e internacionales, y una infraestructura portuaria y turística que conecta a Sri Lanka con la economía global. Sin embargo, a pesar de su centralidad y potencial, Colombo ha sido víctima de décadas de negligencia administrativa, planificación urbana ineficiente y un enfoque fragmentado hacia la gestión del espacio público, lo que ha generado un entorno urbano insatisfactorio, especialmente para los sectores más vulnerables de la población.

Históricamente, la ciudad ha evolucionado como una amalgama de influencias coloniales y postcoloniales. Desde el establecimiento de su Ayuntamiento en 1924 hasta su consolidación como metrópoli en la era republicana, Colombo ha enfrentado procesos de expansión urbana sin una planificación estructurada y sostenible. La edificación del Ayuntamiento, financiado por recursos propios del Consejo Municipal sin préstamos del gobierno central, simboliza una época de autogestión financiera que contrasta con la actual dependencia de políticas centralizadas, muchas veces desconectadas de las necesidades reales de la ciudadanía. Esta desconexión ha sido evidente en la forma en que los distintos regímenes políticos han tratado —o más bien ignorado— las problemáticas cotidianas de los ciudadanos comunes, que residen o transitan diariamente por la ciudad. Durante más de siete décadas, las decisiones de desarrollo han respondido principalmente a intereses políticos, ceremoniales o corporativos, en detrimento del bienestar urbano integral.

La necesidad de una transformación sistémica en Colombo no puede entenderse solo como una mejora de su infraestructura, sino como una redefinición del modelo de gobernanza urbana. Uno de los principales obstáculos ha sido la invisibilización de las voces ciudadanas en la toma de decisiones. Hasta tiempos recientes, las denuncias sobre deficiencias urbanas eran ignoradas o reprimidas. La prensa, restringida por normas no escritas y autocensura, evitaba señalar los problemas estructurales por temor a represalias o por alineamiento político. Esta cultura de silencio institucional ha perpetuado una inercia urbana, donde los problemas se acumulan sin resolverse y los proyectos se implementan sin participación ciudadana ni continuidad técnica.

Entre los problemas estructurales más apremiantes destaca la falta de seguridad y accesibilidad en los cruces peatonales. Un ejemplo paradigmático es el paso de cebra ubicado cerca de la sucursal Lake House del Banco de Ceilán, que conecta con una de las entradas a la estación ferroviaria del Secretariado. El semáforo solo permite 15 segundos para cruzar una avenida ancha y peligrosa, insuficiente para personas mayores, discapacitados o incluso adultos saludables con equipaje. El diseño de este cruce, junto a la insuficiencia del separador central de la vía, representa no solo una falla técnica, sino una forma de violencia estructural contra los cuerpos más frágiles. Este tipo de problemas no requieren grandes inversiones, sino una voluntad administrativa por reorganizar la señalización urbana, extender tiempos semafóricos y rediseñar espacios peatonales.

De igual manera, el estado de las aceras revela una ciudad hostil para el peatón. Árboles centenarios como el Bo tree en la D.R. Wijewardene Mawatha han bloqueado durante décadas el paso peatonal, forzando a las personas a caminar por la calzada entre vehículos. Aunque el respeto por el patrimonio natural es esencial, debe primar la seguridad humana. Estos árboles, que podrían ser reubicados o sustituidos por vegetación menos invasiva, se han convertido en trampas mortales por la falta de gestión ambiental urbana. Asimismo, la proliferación de aceras rotas, mal mantenidas o mal diseñadas evidencia la ausencia de estándares técnicos homogéneos y de un sistema de monitoreo eficaz de infraestructura urbana.

A esto se suma el problema crónico del estado de las carreteras, muchas de las cuales, a pesar de haber recibido inversiones multimillonarias, presentan superficies irregulares que afectan particularmente a quienes se transportan en vehículos pequeños como los rickshaws. La calidad de las obras públicas no solo debe evaluarse por su magnitud o costos, sino por su impacto funcional en la vida diaria. Los retrasos, sobrecostos y falta de control de calidad han sido comunes en los proyectos de infraestructura vial de Colombo, lo que refleja debilidades institucionales tanto en la licitación como en la fiscalización.

Una de las áreas más desatendidas es el acceso a servicios sanitarios públicos. La escasez, inseguridad y falta de mantenimiento de los baños públicos afecta de manera desproporcionada a mujeres, niños, personas mayores y trabajadores informales. Esta negligencia estructural tiene raíces culturales y políticas: la clase política tradicional no utilizaba estos espacios, y por tanto, no los consideraba prioritarios. La transformación del espacio público debe incluir la garantía de instalaciones sanitarias seguras, limpias y accesibles, acompañadas de sistemas de mantenimiento sostenibles y fiscalización continua. La infraestructura urbana no puede concebirse como un espectáculo ceremonial, sino como una extensión del derecho a la ciudad.

Otros problemas urgentes incluyen la proliferación de vallas publicitarias peligrosas que representan una amenaza durante condiciones climáticas extremas; la falta de medidas sistemáticas para el control del dengue y el chikunguña, agravado por el mal manejo de aguas estancadas; y la congestión vehicular crónica, que requiere una revisión a fondo de los patrones de tránsito, la implementación racional del sistema de vías unidireccionales y una política integrada de transporte público. La ciudad necesita una política urbana transversal que contemple la movilidad sostenible, la equidad espacial y la resiliencia ante desastres naturales.

Finalmente, una dimensión esencial de esta transformación es la coordinación interinstitucional. Muchas áreas clave de la ciudad están bajo el control de entidades estatales o privadas que no se comunican adecuadamente con el Consejo Municipal. Esta fragmentación impide implementar soluciones integrales. La gestión urbana debe concebirse como un sistema coordinado entre todos los actores responsables, con mecanismos claros de cooperación, responsabilidad compartida y fiscalización ciudadana. La ausencia histórica de esta coordinación ha sido una de las principales causas del deterioro de la calidad de vida urbana en Colombo.

En suma, Colombo necesita más que un cambio de políticas: necesita un cambio de sistema. La ciudad debe repensarse como un espacio inclusivo, funcional y seguro, donde el bienestar de sus habitantes esté en el centro de las decisiones. Ello requiere una reforma institucional profunda, una cultura política democrática y sensible, y una ciudadanía activa y empoderada. Solo así será posible superar las cicatrices de siete décadas de negligencia y construir una Colombo verdaderamente digna del siglo XXI.

Por Instituto IDHUS