Capital de Riesgo en la Era del Conflicto Geoeconómico: Tecnología, Aranceles y el Fin de la Globalización

La reciente imposición de aranceles por parte de Estados Unidos, junto con el creciente conflicto tecnológico entre potencias globales, está transformando radicalmente el panorama del capital de riesgo. Las inversiones se están alejando de los modelos tradicionales basados en infraestructuras físicas para centrarse en tecnologías digitales autónomas y resilientes. Esta reorientación no solo responde al riesgo geopolítico, sino que anticipa un nuevo orden económico donde la soberanía tecnológica y la autonomía financiera serán claves

El VC (Venture Capital) empieza a moverse hacia áreas más intangibles como las nuevas tecnologías para desvincularse parcialmente de los efectos económicos de la política estadounidense actual. Ilustración: IStock

El anuncio realizado el pasado 2 de abril de 2025 por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de un amplio paquete de aranceles bajo el nombre de medidas del “Día de la Liberación” ha marcado un punto de inflexión no solo en el comercio internacional, sino también en la manera en que el capital privado y los fondos de inversión analizan el riesgo, redistribuyen su capital y seleccionan sus prioridades estratégicas. Este movimiento se inscribe en una tendencia más amplia de reconfiguración del orden económico global, en la que los principios que han sustentado la globalización durante las últimas tres décadas —libre circulación de bienes, capital y tecnología— están siendo cada vez más cuestionados. En este nuevo contexto, las empresas de capital riesgo están girando su atención hacia sectores digitales desvinculados de cadenas de suministro físicas y centrados en tecnologías intangibles que pueden escalar sin depender de la estabilidad geopolítica.

El paquete arancelario anunciado por Trump incluyó un aumento inmediato de las tasas aplicadas a diversos productos estratégicos, con un enfoque particular en limitar las exportaciones provenientes de China. Si bien se estableció una moratoria de 90 días para ciertos países, China quedó excluida, manteniéndose un arancel punitivo del 145 %, posteriormente reducido al 10 %. Esta decisión, y los diferentes cambios de opinión del presidente Trump en las últimas semanas, ha generado reacciones inmediatas en los mercados bursátiles de las principales economías asiáticas y norteamericanas: los índices de Wall Street, Shanghái, Tokio y Bombay experimentaron caídas pronunciadas, volvieron a recuperarse, volvieron a caer y volvieron a mostrar una incertidumbre reflejando la preocupación de los inversores frente a un entorno comercial más proteccionista y fragmentado. Aunque esta política se ha presentado como una defensa del empleo y la industria nacional estadounidense, su impacto se extiende mucho más allá, afectando el equilibrio de poder global, las rutas comerciales internacionales y la percepción del riesgo entre los actores financieros.

En este clima de creciente incertidumbre, el capital de riesgo —tradicionalmente un motor de la innovación tecnológica— se está viendo empujado a replantear su estrategia. Durante años, las firmas de capital de riesgo operaron bajo el supuesto de que el mercado global era accesible y que las cadenas de suministro eran eficientes, aunque complejas. Sin embargo, el aumento del riesgo geopolítico, la militarización del comercio y la fragmentación de los ecosistemas tecnológicos han expuesto las debilidades de este modelo. Un ejemplo paradigmático de esta transformación es la decisión de Sequoia Capital, una de las firmas más influyentes del sector, de dividir sus operaciones en tres entidades independientes: Sequoia EE. UU. y Europa, Peak XV para India y el sudeste asiático, y HongShan en China. Esta fragmentación refleja el abandono de estrategias globales integradas en favor de enfoques regionales que respondan mejor a entornos políticos y normativos divergentes.

En este nuevo escenario, los fondos de capital riesgo están reorientando sus inversiones hacia tecnologías “ligeras en activos”, que no dependen de la fabricación de hardware ni de cadenas de suministro globales vulnerables a interrupciones por motivos geopolíticos. Tecnologías como la inteligencia artificial (IA), las finanzas descentralizadas (DeFi), las plataformas Web3 y los sistemas basados en blockchain se han vuelto sumamente atractivos, no solo por su capacidad de generar disrupción económica, sino también por su independencia estructural de los flujos comerciales tradicionales. Estas tecnologías permiten escalar productos y servicios a través de redes digitales globales sin necesidad de infraestructura física compleja ni relaciones logísticas con países potencialmente hostiles.

Desde un punto de vista estratégico, esta preferencia por lo digital se alinea con una tendencia más profunda: la búsqueda de soberanía tecnológica y autonomía económica. En un mundo donde las tensiones entre potencias —como Estados Unidos, China y la Unión Europea— están cada vez más marcadas por el control de tecnologías clave, los inversores buscan plataformas que puedan operar al margen de estos conflictos. No se trata únicamente de minimizar el riesgo; se trata de posicionarse a largo plazo en un entorno donde la propiedad, el control y la gobernanza de la tecnología se están convirtiendo en factores de poder geopolítico. En este contexto, tecnologías como la IA, que están redefiniendo industrias enteras, y los sistemas descentralizados basados en blockchain, que ofrecen resiliencia frente a controles centralizados, están adquiriendo una dimensión estratégica.

Los movimientos de fondos recientes ilustran con claridad esta evolución. En marzo de 2024, Bain Capital Ventures lanzó un fondo de 560 millones de dólares centrado en la construcción de infraestructura blockchain y el desarrollo de ecosistemas financieros descentralizados. Sequoia Capital le siguió con un subfondo de 200 millones de dólares dedicado a tokens criptográficos líquidos y startups Web3 en fase inicial. Lo notable de estos movimientos no es sólo el volumen del capital involucrado, sino la revalorización de tecnologías que, tras el colapso del exchange FTX en 2022 y las subsecuentes dudas sobre la viabilidad del sector cripto, habían sido marginadas por el capital institucional. Hoy, sin embargo, estas herramientas son vistas como elementos esenciales para construir un nuevo orden financiero más autónomo y resistente a la interferencia estatal.

En paralelo, la política interna de Estados Unidos ha contribuido a este giro estratégico. La administración Trump ha relajado considerablemente las regulaciones sobre el mercado de criptomonedas y ha prometido convertir a Estados Unidos en la “capital cripto” del mundo. Esta desregulación ha despertado un renovado entusiasmo entre los inversores, quienes esperan ver en este entorno normativo favorable una oportunidad para relanzar proyectos que anteriormente se habían estancado debido a la incertidumbre legal. Además, esta política no se limita al ámbito cripto. En el caso de la inteligencia artificial, el gobierno ha optado por una postura de laissez-faire, con escasa regulación, en parte debido a la presión de la industria tecnológica estadounidense y en parte por la necesidad estratégica de mantener ventaja frente a China. Las exportaciones de semiconductores avanzados y de equipos de computación de alto rendimiento han sido restringidas, como medida para proteger la hegemonía tecnológica nacional, mientras que China ha respondido limitando el suministro de tierras raras y minerales estratégicos indispensables para la fabricación de chips.

Este juego de represalias mutuas y restricciones cruzadas no sólo afecta a la industria tecnológica, sino que también redefine las dinámicas geoeconómicas globales. Las economías ya no compiten únicamente en términos de productividad o innovación, sino en función de su capacidad para controlar los recursos estratégicos y los nodos tecnológicos clave. En este entorno, la procedencia nacional de una tecnología es tan importante como su propuesta de valor. Para los fondos de inversión, esto implica que la geopolítica ya no es una variable externa, sino un componente central en el análisis de riesgo y en la toma de decisiones estratégicas.

En definitiva, el auge de los aranceles, la fragmentación de las cadenas globales de valor y la priorización de tecnologías digitales autónomas están transformando radicalmente el panorama del capital de riesgo. Lo que está en juego no es solo la rentabilidad financiera, sino la posición relativa de las economías en el nuevo orden mundial emergente. La intersección entre tecnología, finanzas y geopolítica se ha vuelto ineludible, y comprender estas dinámicas es esencial para anticipar los futuros escenarios de poder, desarrollo e innovación en el siglo XXI.

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