Balance de la intervención francesa en la región del Sahel, 2013-2019

Balance de la intervención francesa en la región del Sahel, 2013-2019

Hannah Richards
Small Wars Journal


A pesar del éxito inicial de la Operación Serval en 2013, la intervención francesa en la región del Sahel ha llegado a un punto muerto. La ya intrincada situación se complica aún más por la condición de Francia como antiguo colonizador que opera en la región. Comprender cómo se traduce el antiguo estatus colonial de Francia en las relaciones entre las comunidades locales, las tropas francesas y los grupos terroristas armados influirá en el compromiso a largo plazo.

A la luz de la creciente inestabilidad en Libia, la presencia duradera de Boko Haram en Nigeria y el declive territorial del Estado Islámico en Oriente Medio, la atención se centrará cada vez más en el Sahel como campo de batalla crucial en la lucha contra los actores no estatales violentos. Por ello, no se puede subestimar la importancia de las recientes operaciones francesas en la región.

Debido a su enorme escala, inaccesibilidad y complejidad geopolítica, el Sahel ofrece unas condiciones óptimas que permiten prosperar a los grupos terroristas armados. No es de extrañar, por tanto, que la región sea desde hace tiempo un importante escenario de operaciones antiterroristas internacionales. Lanzada en 2013 a instancias del gobierno de Mali, la Operación Serval, dirigida por Francia, marcó una evolución en el nivel de compromiso internacional en la región. Ampliamente considerada como un éxito militar, Serval fue elogiada por la rápida reacción y despliegue de las tropas francesas y por cumplir el objetivo final de hacer retroceder a los grupos terroristas armados del centro del país. Y lo que es más insólito, también recibió los elogios iniciales generalizados de actores tanto locales como internacionales.

Sin embargo, el tiempo ha revelado que los éxitos de Serval fueron momentáneos. La operación contribuyó poco a la estabilización general y al restablecimiento de la autoridad del Estado maliense, y ahora se acepta ampliamente que la situación de seguridad ha empeorado desde 2014.

La decisión de lanzar la Operación Barkhane en 2014 confirmó que Serval, a pesar de sus puntos fuertes, no había logrado abordar las causas subyacentes del conflicto maliense; causas que no han hecho sino agravarse y explotarse con la presencia duradera de los grupos terroristas armados y los combatientes que viajan a la región desde Oriente Medio.

A diferencia de Serval, que desplegó fuerzas pequeñas y muy ágiles adaptadas a los objetivos políticos específicos de la intervención, Barkhane refleja un esfuerzo antiterrorista regional mucho más amplio. Los objetivos declarados de la operación están cuidadosamente alineados con los de los países del G5 Sahel (Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger) y hacen hincapié en la necesidad de desarrollar capacidades que permitan a los socios locales garantizar su propia seguridad de forma independiente.

Esta estrecha coordinación con los agentes estatales locales de la región y el énfasis que se pone en ellos suponen un claro alejamiento de la independencia operativa de Serval. Barkhane ha conseguido algunos logros notables tanto en términos de poder duro como de poder blando, pero sigue sin estar claro en qué consiste el éxito a un nivel estratégico más amplio. Los amplios objetivos de la operación actual son ambiguos y están mal definidos, lo que, en última instancia, convierte la salida de Francia en una perspectiva incierta. Esta indefinición, unida a la complejidad de la región, es un claro indicador del callejón sin salida en el que se encuentran las fuerzas francesas.

A pesar de estas circunstancias premonitorias, existen numerosos factores que han influido en la decisión de Francia de seguir firmemente comprometida con la región. El encuadre inicial de Serval en el contexto de la «Guerra contra el Terror» es crucial para entender la implicación continuada. Desde el lanzamiento de Serval en 2013, Francia ha sufrido numerosos atentados terroristas internos. La inversión continua de Francia en la lucha contra el terrorismo en el extranjero representa, por tanto, no solo un intento de garantizar la estabilidad regional en el Sahel, sino un compromiso más amplio de salvaguardar a sus propios ciudadanos tanto en el extranjero como en casa.

Reconociendo que una salida prematura podría, de hecho, empeorar la situación y crear condiciones que facilitarían la expansión de las organizaciones terroristas internacionales, la idea de una salida rápida para Francia es, por tanto, difícil de contemplar.

Además, al presentar la intervención predominantemente a través del prisma de una misión antiterrorista, Francia se ha distanciado de los intrincados problemas políticos dentro de Malí y ha permitido la expansión de las operaciones a los países vecinos. Como tal, una segunda motivación para permanecer en la región se hace evidente; Serval y Barkhane han permitido el establecimiento de bases militares francesas en toda la región, colocándola en una posición única entre sus aliados. Al restablecer su disminuida autoridad en el Sahel, estas intervenciones han brindado a Francia la oportunidad de reafirmar su papel como actor clave en la escena internacional.

Sin embargo, algunos observadores internacionales han interpretado esta fuerte narrativa antiterrorista como un intento apenas velado de desviar la atención del objetivo real de Francia de promover su propio interés nacional en la región, con claras inferencias a una agenda neocolonial.

Aunque a menudo burdas y reduccionistas, estas críticas sirven para resaltar las connotaciones simbólicas de una presencia militar francesa permanente en el Sahel por primera vez desde el final del periodo colonial. Aunque los debates teóricos centrados en el neocolonialismo puedan parecer accesorios a una evaluación de la intervención militar hasta la fecha, la forma en que se traduzcan en dinámicas sobre el terreno resultará crucial para la capacidad de Francia de combatir a los grupos terroristas armados a largo plazo.

El efecto polarizador de la intervención francesa en las comunidades locales se está haciendo patente, lo que demuestra que no sólo la opinión extranjera alberga escepticismo sobre la presencia internacional duradera en la región.

Las crónicas periodísticas de Malí han destacado que, tras Serval, surgieron dudas sobre la continua dependencia maliense del Estado francés que, seguida por Barkhane, ha hecho que «muchos en la región hablen de neocolonialismo». Del mismo modo, las imágenes de las recientes protestas muestran el desdén que sienten ciertos sectores de la población maliense hacia la presencia francesa.

Si los grupos terroristas armados que operan en la región aprovechan esta acritud y explotan estas narrativas para motivar, reclutar y animar a otros a cometer actos de terrorismo, la mera presencia de tropas francesas puede resultar beneficiosa en última instancia para aquellos a los que están allí para combatir.

Aunque todavía no está clara la contribución global de Barkhane a la estabilidad del Sahel, el compromiso militar de Francia sigue siendo firme. En el contexto de su compromiso histórico con la región, las implicaciones de una presencia francesa permanente son enormes. Por ello, una comprensión matizada de las diferentes narrativas en juego será cada vez más importante para determinar si la intervención francesa se considera finalmente un éxito o un fracaso.