En un contexto global marcado por la reconfiguración de las rutas energéticas y comerciales, Azerbaiyán ha emergido como un actor clave en la intersección entre Asia y Europa. Su posición geográfica, sumada a una diplomacia equilibrada y ambiciosas inversiones en infraestructura y energías renovables, lo sitúan como un puente estratégico entre la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China y los intereses energéticos de la Unión Europea

En la configuración contemporánea de las relaciones internacionales, el espacio euroasiático se ha convertido en uno de los principales escenarios de competencia, convergencia e interdependencia entre las grandes potencias. En este contexto, Azerbaiyán ha emergido como un actor estratégico de relevancia creciente, cuya ubicación geográfica privilegiada —en la intersección del Cáucaso Sur, Asia Central y Europa Oriental— lo convierte en un nodo fundamental para las dinámicas de conectividad, seguridad energética y transición ecológica. Su capacidad para mantener una política exterior equidistante, cultivando simultáneamente relaciones con China, Rusia, Irán, Turquía, la Unión Europea y Estados Unidos, ha transformado al país en un verdadero puente geopolítico, pero también en un arquitecto proactivo de las rutas y flujos que conectan Oriente y Occidente.
Uno de los desarrollos más relevantes de los últimos años ha sido la consolidación de la asociación estratégica entre Azerbaiyán y la República Popular China, formalizada en julio de 2024 durante la 24ª Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). El presidente Ilham Aliyev calificó esta alianza como un “evento histórico”, destacando que el vínculo bilateral ha evolucionado más allá de los intereses meramente comerciales hacia una cooperación estructural basada en principios de igualdad soberana, respeto mutuo y no injerencia. Este tipo de asociación es coherente con la visión multipolar del orden internacional que China impulsa a través de su Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), cuyo objetivo central es tejer una red de infraestructuras físicas, digitales y energéticas que fortalezcan la interdependencia entre Asia, África y Europa bajo un paradigma de gobernanza económico-comercial liderado por Pekín.
Los datos económicos avalan esta transformación. En 2024, el comercio bilateral entre Azerbaiyán y China alcanzó los 3.740 millones de dólares, un incremento del 20,7% con respecto al año anterior, y situó a China como el principal proveedor de productos importados por Azerbaiyán. Este crecimiento no puede entenderse sin considerar el papel que juega el país caucásico dentro del llamado “Corredor Medio” (Middle Corridor), una de las ramificaciones clave de la BRI que conecta el oeste de China con Europa atravesando Kazajistán, el mar Caspio, Azerbaiyán, Georgia y Turquía, hasta llegar a los puertos europeos del Mediterráneo. Esta ruta no solo representa una alternativa más corta a la tradicional vía marítima que cruza el canal de Suez, sino que además responde a una necesidad crítica: diversificar los canales logísticos globales ante crecientes tensiones geopolíticas y vulnerabilidades en las cadenas de suministro internacionales.
El impulso a infraestructuras como el ferrocarril Bakú-Tiflis-Kars y la Ruta Internacional de Transporte Transcaspiana no solo refuerza la conectividad regional, sino que posiciona a Azerbaiyán como un eje logístico de primer orden. En 2024, se enviaron 287 trenes de carga desde China hacia Azerbaiyán a través de este corredor, un aumento de más del 80% con respecto al año anterior. Este dato no solo refleja eficiencia operativa y atractivo económico, sino también la creciente percepción de Azerbaiyán como un socio seguro, estable y neutral dentro de un entorno geopolítico altamente fragmentado.
Más allá del ámbito de la logística y el comercio, la dimensión energética adquiere una centralidad estratégica en la relación entre Azerbaiyán y China. Tradicionalmente conocido por sus vastas reservas de petróleo y gas en el mar Caspio —que han sido instrumentalizadas a través del Corredor Sur de Gas y el oleoducto BTC (Bakú-Tiflis-Ceyhan)—, el país ha iniciado una ambiciosa transición hacia un modelo energético más sostenible. Esta transformación responde tanto a las exigencias de diversificación de su economía, altamente dependiente de los hidrocarburos, como a las nuevas demandas de la UE, su principal cliente energético, que busca reducir su huella de carbono y disminuir su dependencia del gas ruso tras la guerra en Ucrania.
En este marco, las inversiones chinas en energías renovables se presentan como un catalizador clave. En abril de 2024, ambos países firmaron acuerdos relevantes para la instalación de infraestructura verde: una planta solar de 100 megavatios en Gobustán, en cooperación con la empresa Universal; una planta solar flotante de igual capacidad en el lago Boyukshor, liderada por China Datang Overseas Investment; y un parque solar de 160 megavatios que será desarrollado por PowerChina Resources junto con la empresa estatal Socar Green, cuya operación está prevista para 2028. El proyecto más emblemático, sin embargo, es un parque eólico marino de 2 gigavatios en el mar Caspio, cuya magnitud lo convierte en uno de los emprendimientos renovables más ambiciosos de Eurasia. Esta planta no solo permitirá a Azerbaiyán satisfacer parte de su demanda doméstica con energía limpia, sino también exportar electricidad verde hacia Europa mediante conexiones interregionales.
Estos desarrollos están enmarcados en acuerdos previos firmados durante la COP29, celebrada en 2024 en Dubái, en los cuales Azerbaiyán se comprometió a reducir sus emisiones y ampliar la capacidad instalada en fuentes renovables. Asimismo, se acordó la creación de centros de investigación y programas de formación en tecnologías limpias, en colaboración con instituciones internacionales y agencias multilaterales. Sin embargo, esta creciente dependencia de la tecnología, la financiación y la experticia china genera inquietudes en ciertos círculos europeos, que temen que una excesiva subordinación a estándares e intereses chinos pueda erosionar la autonomía estratégica de Azerbaiyán, inclinando su orientación geopolítica hacia el Este en detrimento de sus vínculos tradicionales con Occidente.
Europa, por su parte, no ha permanecido pasiva ante estos cambios. La Unión Europea considera a Azerbaiyán un socio energético esencial desde hace más de una década. La puesta en marcha del Gasoducto Transadriático (TAP), que forma parte del Corredor Sur, ha sido decisiva para diversificar las fuentes de gas del continente, especialmente en el sur de Europa. Italia, en particular, ha jugado un rol clave como puerta de entrada del gas azerí, y mantiene con Bakú una relación estrecha tanto en el plano diplomático como económico. Este vínculo podría ser profundizado a través de nuevas asociaciones en materia de energías renovables, investigación tecnológica y desarrollo sostenible, lo cual serviría como contrapeso a la influencia creciente de China.
Desde un punto de vista geoeconómico, la apuesta de Azerbaiyán por la diversificación energética y la conectividad regional le permite consolidar su posición como plataforma intercontinental. Su capacidad de operar con neutralidad, sin alinearse de forma exclusiva con ningún bloque de poder, le permite atraer inversiones de múltiples actores, aprovechar tensiones entre competidores globales y actuar como mediador geoestratégico. Esta autonomía relativa constituye uno de los activos más valiosos de su política exterior y es la base de su proyección internacional.
En conclusión, Azerbaiyán no solo se presenta como un “puente” pasivo entre potencias, sino como un constructor activo de corredores, alianzas y estrategias que redefinen el equilibrio euroasiático. Su rol en la nueva arquitectura energética y logística mundial es cada vez más evidente, y tanto China como Europa tienen interés en consolidar su presencia en el país. Para los europeos, esto implica un desafío: comprometerse más profundamente con Bakú en la financiación, la transferencia tecnológica y la cooperación energética, a fin de evitar una dependencia excesiva del modelo chino y preservar el pluralismo estratégico del espacio euroasiático. En este tablero de múltiples actores, Azerbaiyán representa una pieza clave —no por su tamaño o población, sino por su capacidad de interconectar intereses divergentes y de construir sinergias en un mundo en transición.