En un contexto global marcado por la creciente escasez de agua y el avance del cambio climático, la ciudad chilena de Antofagasta se ha convertido en un referente regional al abastecerse completamente de agua potable proveniente del mar. Este hito, impulsado por una fuerte inversión pública y privada, no solo transforma la gestión hídrica en una de las zonas más áridas del mundo, sino que también inaugura un nuevo paradigma con profundas implicancias económicas, sociales y geopolíticas para América Latina

La ciudad de Antofagasta, situada en el árido norte chileno, ha marcado un hito histórico al convertirse en la primera urbe de América Latina en abastecerse completamente de agua potable proveniente del proceso de desalinización del agua de mar. Esta transformación no solo representa un logro tecnológico y ambiental para Chile, sino que también sienta un precedente clave para la región en el contexto de la creciente escasez hídrica global y sus implicancias para el desarrollo económico, social y geopolítico.
Con una inversión de 130 millones de dólares, el gobierno chileno, en colaboración con el sector privado, especialmente empresas mineras, ha ampliado la planta desalinizadora construida en 2003. Gracias a esta modernización, la capacidad de tratamiento de agua de mar ha aumentado de 602 a 1.436 litros por segundo, permitiendo cubrir las necesidades de agua potable de aproximadamente 500.000 habitantes. La ministra de Obras Públicas, Jessica López, destacaba en la presentación del proyecto que este avance forma parte de una estrategia nacional para enfrentar la severa crisis hídrica que afecta a vastas regiones del país, especialmente aquellas situadas en el norte, donde se encuentran algunos de los desiertos más áridos del planeta, como el de Atacama.
La escasez de agua dulce en Chile no es una problemática reciente, pero se ha agravado significativamente en las últimas décadas debido a la triple presión de los cambios climáticos, el crecimiento demográfico y el aumento de las actividades extractivas, particularmente la minería del cobre y el litio. Chile, primer productor mundial de cobre y con reservas estratégicas de litio, ha visto cómo sus fuentes de agua continentales —acuíferos, ríos y glaciares— se reducen y degradan progresivamente. En este contexto, la desalinización del agua de mar surge no solo como una solución técnica, sino como un instrumento de soberanía hídrica y de seguridad estratégica.
Actualmente, el 70% de las 24 plantas desalinizadoras operativas en Chile están dedicadas a la industria minera, que, aunque solo utiliza alrededor del 4% del agua total del país, se concentra en zonas de alto estrés hídrico. Empresas como Codelco y BHP, actores fundamentales del sector cuprífero, han liderado la transición hacia el uso de agua desalinizada, reduciendo su dependencia de fuentes de agua dulce y mitigando su impacto ambiental. Esta adopción tecnológica ha permitido replicar el modelo de Antofagasta en otras ciudades del norte como Tocopilla y Taltal, configurando un corredor industrial-desalinizador en el desierto chileno.
La experiencia de Antofagasta tiene profundas implicancias geoeconómicas y geopolíticas. Por un lado, fortalece la resiliencia de Chile frente a un fenómeno global: la disputa por los recursos hídricos. A medida que el agua se convierte en un recurso cada vez más escaso y disputado, disponer de capacidades propias para producir agua potable a partir del mar brinda una ventaja estratégica. Esto no solo garantiza la continuidad de la producción minera —clave para la economía nacional y el suministro global de minerales críticos para la transición energética— sino que también reduce el potencial de conflictos sociales por el agua entre comunidades locales y empresas extractivas.
Por otro lado, el desarrollo de infraestructura de desalinización posiciona a Chile como referente regional en soluciones tecnológicas aplicadas a la gestión del agua. La reciente licitación de una planta desalinizadora en la región de Coquimbo, con una inversión estimada de 350 millones de dólares y capacidad para abastecer a 600.000 personas, ha captado el interés de 43 empresas de 12 países, incluidos actores de China, Europa, Israel, Estados Unidos y Chile. Esta atención internacional subraya el potencial de Chile como polo de innovación y exportación de conocimiento en tecnologías del agua, lo que podría traducirse en nuevas alianzas estratégicas y oportunidades de inversión extranjera directa.
En el plano interno, la desalinización contribuye también a una reconfiguración territorial y productiva. Al garantizar agua para el consumo humano, la agricultura y la ganadería en zonas tradicionalmente marginadas por la sequía, se abre la puerta a nuevos polos de desarrollo económico y se amortigua la presión migratoria hacia centros urbanos más húmedos. Asimismo, disminuye la sobreexplotación de acuíferos y permite conservar ecosistemas que dependen del equilibrio hídrico, lo cual tiene efectos positivos sobre la biodiversidad y el cambio climático.
El caso de Antofagasta no debe ser leído únicamente como un avance técnico aislado, sino como un componente central de una transformación más amplia. La adopción de tecnologías de desalinización en Chile constituye una respuesta estratégica a los desafíos del siglo XXI, donde el agua se perfila como uno de los recursos más disputados y determinantes para la estabilidad de las naciones. Esta transformación posiciona a Chile no solo como líder en minería responsable, sino como pionero en el diseño de un nuevo pacto hídrico que combina sostenibilidad, desarrollo económico y seguridad geopolítica.