Africa, La Inteligencia Artificial y el Riesgo de una Nueva Brecha Global: ¿Quién Queda Fuera del Futuro?

La inteligencia artificial se perfila como el motor de la próxima gran transformación global, prometiendo avances revolucionarios en educación, salud, agricultura y empleo. Sin embargo, su desarrollo desigual amenaza con consolidar nuevas formas de exclusión entre el Norte y el Sur global. África Subsahariana, en particular, enfrenta barreras estructurales que la alejan del epicentro de la revolución digital. Analizamos cómo la IA, lejos de ser una solución neutral, está reconfigurando las dinámicas geoeconómicas y geopolíticas del siglo XXI

Niños africanos aprendiendo y trabajando con tecnologías digitales. Foto: Foundational Learning Africa

Vivimos una época en la que la inteligencia artificial (IA) avanza a una velocidad vertiginosa, abriendo posibilidades inéditas para la expansión de la capacidad humana, la automatización de tareas complejas y la generación de nuevos saberes. Sin embargo, este progreso no está siendo experimentado de forma equitativa a nivel global. El desarrollo de la IA, lejos de ser un fenómeno neutro, está inserto en las profundas desigualdades estructurales que marcan la economía internacional y que condicionan el acceso a las tecnologías más disruptivas del presente. A pesar de su enorme potencial para transformar la educación, la salud o la producción agrícola, la IA podría convertirse en un nuevo factor de exclusión si no se abordan con urgencia las brechas que afectan a grandes regiones del planeta, especialmente a África Subsahariana.

Los datos son elocuentes. El Informe sobre Desarrollo Humano 2025, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), nos confronta con una realidad preocupante: la mayoría de los países del Sur Global, y en particular aquellos de ingresos bajos y medios, no cuentan con las condiciones mínimas para adoptar de forma efectiva la inteligencia artificial. Infraestructura deficiente, conectividad limitada, sistemas educativos rezagados y falta de inversión en capital humano son algunos de los obstáculos que impiden que vastos sectores de la población accedan a los beneficios de esta tecnología. En el caso de África Subsahariana, solo el 6% de los jóvenes alcanza estándares internacionales en habilidades básicas de matemáticas y ciencia, lo que compromete gravemente la capacidad de insertarse en un entorno laboral cada vez más digitalizado.

La preparación institucional y tecnológica de los países de esta región también es preocupante. Según el índice global de preparación gubernamental para la IA desarrollado por Oxford Insights, África Subsahariana es la región con el puntaje más bajo del mundo, con un promedio de apenas 32.7 puntos. Solo tres países —Mauricio, Sudáfrica y Ruanda— superan la barrera simbólica de los 50 puntos, mientras que otros, como Sudán del Sur, ni siquiera alcanzan los 20. Esta falta de preparación no solo retrasa el desarrollo de ecosistemas nacionales de IA, sino que acentúa la dependencia tecnológica respecto a las grandes potencias digitales del Norte Global.

No se trata únicamente de un problema de recursos, sino también de visión estratégica. Las universidades africanas, si bien han empezado a ofrecer cursos relacionados con la IA, suelen estar desfasadas respecto a las necesidades de una industria en permanente evolución. La escasez de docentes especializados, la falta de fondos para investigación y la ausencia de alianzas con el sector privado impiden la consolidación de centros de excelencia tecnológica en la región. Además, el contenido académico muchas veces está desconectado de las realidades locales y sigue modelos obsoletos, importados de contextos ajenos.

En este escenario, uno de los aspectos más preocupantes es la concentración de poder que está generando la IA en el plano lingüístico y cultural. El 90% de los grandes modelos de lenguaje están entrenados exclusivamente en inglés, lo que no solo limita su aplicabilidad global, sino que impone una cosmovisión parcial del mundo. El hecho de que el contenido digital en lenguas africanas represente apenas el 0.2% del total disponible en internet —en comparación con el 53% correspondiente al inglés— revela una desigualdad profunda que se traduce en exclusión simbólica, invisibilización cultural y riesgo de explotación. La IA, en lugar de amplificar la diversidad, podría estar reforzando un monoculturalismo digital que beneficia a los centros hegemónicos de producción de conocimiento.

Estas realidades tienen implicaciones geopolíticas de largo alcance. En los últimos años, hemos asistido a una creciente fuga de talento desde los países en desarrollo hacia los países de ingresos altos. La demanda global por profesionales con habilidades en IA ha desencadenado una competencia feroz por captar a los mejores perfiles, y los países con mayores recursos están ganando esa batalla. El informe del PNUD indica que, en 2023, los países de altos ingresos registraron ganancias netas en la migración de profesionales de IA, mientras que África Subsahariana y otras regiones del Sur Global sufrieron pérdidas. Esta redistribución desigual del capital humano tecnológico no solo consolida la dependencia estructural, sino que debilita la soberanía tecnológica de los países en desarrollo y limita su capacidad de diseñar soluciones adaptadas a sus propias necesidades.

Mientras tanto, la carrera geopolítica por la innovación avanza sin freno. Las grandes potencias —Estados Unidos, China, la Unión Europea— invierten miles de millones en investigación y desarrollo, despliegan políticas de inteligencia artificial nacionales y promueven estándares globales. En este contexto, África subsahariana aparece prácticamente ausente. Solo Sudáfrica ha sido mencionada en los rankings globales de producción de patentes relacionadas con tecnologías asistidas por IA. Esto plantea una pregunta inquietante: ¿Qué lugar ocuparán los países africanos en la economía del futuro si no se incorporan desde ahora a los circuitos de innovación?

Las consecuencias sociales y éticas de esta exclusión no son menores. El informe del PNUD documenta cómo algunas redes de IA están siendo utilizadas para promover el abuso sexual infantil, incluso en regiones con baja penetración tecnológica. El problema no es solo el acceso, sino también el uso indebido de la tecnología. Asimismo, el 58% de las parlamentarias africanas ha sido blanco de ataques sexistas en línea, lo que demuestra que las plataformas digitales pueden funcionar como instrumentos de violencia simbólica y control social. La IA, si no es regulada adecuadamente, puede convertirse en una herramienta de vigilancia, exclusión y dominación.

Sin embargo, no todo está perdido. El informe propone una alternativa esperanzadora: construir economías donde las personas colaboren con la IA, en lugar de competir contra ella. Esta idea, aunque ambiciosa, es imprescindible si queremos un desarrollo verdaderamente inclusivo. Para ello, es necesario adoptar políticas públicas activas que fortalezcan los sistemas educativos, garanticen el acceso equitativo a la infraestructura digital y promuevan marcos éticos que respeten la diversidad cultural.

Hay ejemplos que permiten imaginar otro camino. Investigadores como Haroon Bhorat han demostrado que la IA no necesariamente destruye empleos, sino que transforma el mercado laboral. En Sudáfrica, por ejemplo, se observa una disminución de los trabajos rutinarios automatizables, pero también una creciente demanda por habilidades complementarias a la IA. Esto sugiere que, con una preparación adecuada, los trabajadores pueden reconvertirse y adaptarse a los nuevos desafíos.

En definitiva, la inteligencia artificial no es solo una tecnología: es un campo de disputa por el poder, el conocimiento y la soberanía. Su desarrollo debe ser guiado por principios de equidad, inclusión y justicia social. De lo contrario, corremos el riesgo de reproducir en el mundo digital las mismas desigualdades que históricamente han marcado el sistema internacional. En un momento en que el futuro se está escribiendo con código, es imperativo que no dejemos a la mitad del mundo fuera del guion.

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