Nos encontramos inmersos en lo que muchos expertos denominan el “siglo urbano”. La transformación demográfica que caracteriza a nuestra era no tiene precedentes en la historia de la humanidad: más de la mitad de la población mundial reside hoy en entornos urbanos, una proporción que continúa en ascenso constante. Según datos de Naciones Unidas, en 1976 —año de la primera conferencia HABITAT I— el 38% de la población mundial vivía en ciudades; en 2014 esta cifra alcanzó el 54%, y se proyecta que llegará al 66% hacia el año 2050. Este fenómeno no es meramente cuantitativo, sino cualitativo: las ciudades no sólo se expanden en número de habitantes, sino también en su influencia estructural sobre la vida social, económica, política y ambiental del planeta.
En este contexto, las ciudades se han convertido en espacios clave para la transformación del desarrollo humano y para la concreción de agendas globales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Nueva Agenda Urbana adoptada en la conferencia HABITAT III. A lo largo de los últimos años, se ha multiplicado la retórica en torno a distintos modelos urbanos con adjetivos que pretenden describir o aspirar a ciertos ideales: ciudades “inteligentes” (smart), “resilientes”, “sostenibles”, “verdes”, “multiculturales” o “creativas”. Sin embargo, estos calificativos, aunque útiles para señalar prioridades tecnológicas, ambientales o culturales, a menudo carecen de una dimensión ética explícita que aborde las profundas desigualdades, exclusiones y tensiones que subyacen a la vida urbana contemporánea.
Este dosier que presentamos propone una nueva orientación conceptual y normativa: la noción de la “ciudad ética”. Inspirada en los principios del Pacto Mundial de las Naciones Unidas —en particular en los ámbitos de derechos humanos, normas laborales, sostenibilidad ambiental y lucha contra la corrupción—, la ciudad ética se plantea como un horizonte normativo y práctico para el desarrollo urbano inclusivo, equitativo y justo. Este concepto no pretende sustituir otras visiones urbanas, sino complementarlas y reorientarlas desde una perspectiva basada en valores fundamentales compartidos por la comunidad internacional y plasmados en los marcos de gobernanza global más relevantes.