En un contexto global marcado por la desaceleración del comercio internacional y la reconfiguración de los modelos económicos tradicionales, China ha emprendido una ambiciosa estrategia para impulsar el consumo interno como nuevo motor de crecimiento. A través del desarrollo de cinco ciudades clave como centros internacionales de consumo, el país busca no solo dinamizar su economía, sino también posicionarse como referente global en tendencias comerciales, turísticas y culturales. Esta iniciativa revela una visión integral que combina modernización urbana, apertura económica y liderazgo simbólico en la nueva geografía del consumo mundial

La decisión del gobierno chino de promover a Shanghái, Pekín, Cantón, Tianjin y Chongqing como centros internacionales de consumo representa, al menos en principio, no solo una estrategia económica acertada, sino también una declaración de intenciones respecto al nuevo rol que China desea ocupar en la economía global. Este ambicioso plan, concebido como parte de un viraje estructural hacia un modelo más orientado al consumo interno, refleja una lectura lúcida de los desafíos actuales y las oportunidades emergentes en un contexto mundial marcado por la fragmentación del comercio y la incertidumbre geopolítica.
Lo que resulta particularmente destacable es el carácter multidimensional de esta iniciativa. No se trata únicamente de aumentar las ventas o atraer turistas, sino de rediseñar el papel de ciertas urbes clave dentro del entramado económico nacional e internacional. La selección de estas cinco ciudades, cada una con fortalezas geográficas, industriales y logísticas propias, permite articular una red de consumo distribuida estratégicamente a lo largo del territorio chino. Esta descentralización inteligente responde a la necesidad de equilibrar el desarrollo regional, un objetivo históricamente esquivo para el país.
Shanghái y Pekín, ya consolidadas como centros financieros, comerciales y políticos, se prestan naturalmente para liderar esta transformación. Pero es en ciudades como Chongqing o Tianjin donde se aprecia con mayor claridad la voluntad de expandir los márgenes del consumo hacia zonas hasta ahora más centradas en la industria o la logística. Este es un giro significativo que apunta a una modernización integral de la estructura urbana y económica del país.
En este contexto, las políticas de incentivo al consumo implementadas en estas ciudades, como el reembolso fiscal instantáneo para turistas extranjeros y el tránsito sin visado de 240 horas, no deben verse como simples medidas de atracción turística, sino como instrumentos de ingeniería económica destinados a posicionar a China como un mercado sofisticado, abierto y competitivo. Que el número de turistas extranjeros en estas ciudades se haya duplicado en 2024 y que se prevea triplicar el número de tiendas con devolución de impuestos evidencia un impacto positivo que no puede pasarse por alto.
Las comparaciones con otros países en este ámbito resultan reveladoras. Mientras que Japón, Corea del Sur o varias naciones europeas cuentan con decenas de miles de tiendas con devolución fiscal, China apenas comienza a expandir su red. Esta desventaja cuantitativa podría ser rápidamente superada, no solo por la escala del mercado chino, sino por su capacidad de movilizar recursos y aplicar políticas públicas a gran velocidad. En este sentido, el margen de crecimiento es enorme, y las experiencias positivas acumuladas en estos centros piloto podrían replicarse pronto en otras ciudades del país.
El componente simbólico también merece atención. Transformar a estas ciudades en “paraísos del consumo” al estilo de Nueva York o París no es un objetivo trivial: es parte de una narrativa más amplia que busca situar a China como una potencia no solo manufacturera, sino también como fuente de tendencias, estilos de vida y cultura de consumo global. Esta dimensión cultural y simbólica del proyecto es clave para entender su profundidad.
Más allá del turismo, el dinamismo de estas ciudades también se expresa en su capacidad para reinventarse como centros de entretenimiento, innovación y experiencias urbanas de alto nivel. La oferta de parques temáticos en Shanghái, los eventos deportivos internacionales o el desarrollo del turismo de cruceros reflejan una diversificación que no solo genera ingresos, sino que también proyecta una imagen moderna, tecnológica y accesible del país.
Un caso especialmente interesante es el de Chongqing y su apuesta por la economía de baja altitud. Esta innovación, que incluye redes logísticas y servicios aéreos a menos de 1.000 metros de altitud, tiene el potencial de revolucionar no solo la conectividad regional, sino también la manera en que entendemos el turismo y el transporte en el siglo XXI. El hecho de que estas políticas se estén probando en ciudades del interior evidencia la voluntad del gobierno chino de que el crecimiento económico no se concentre exclusivamente en las zonas costeras.
Finalmente, no puede ignorarse el marco macroeconómico en el que se inscribe esta estrategia. La transición de un modelo basado en la inversión y las exportaciones hacia otro centrado en el consumo interno y los servicios responde a una necesidad estructural de largo plazo. El envejecimiento de la población, la saturación de ciertos sectores industriales y la creciente presión internacional exigen nuevas fuentes de dinamismo económico. En este sentido, los centros internacionales de consumo son mucho más que una política sectorial: son el esqueleto de una nueva arquitectura económica que busca garantizar la estabilidad, la sostenibilidad y la proyección global del modelo chino.
Desde el punto de vista del crecimiento del gigante asiático, el impulso a estas cinco ciudades como centros internacionales de consumo no solo es oportuno, sino también necesario. Representa una visión estratégica coherente con los desafíos actuales, una herramienta eficaz para redistribuir el crecimiento, y una apuesta audaz por convertir a China en un actor protagonista del consumo y la experiencia urbana global del futuro.