Europa en África: El Desafío de Reposicionarse en el Nuevo Orden Multipolar

En un mundo marcado por la emergencia de nuevas potencias y el declive del orden internacional liberal, África se ha convertido en un escenario clave de competencia estratégica. Europa, tradicionalmente vinculada al continente a través de la cooperación al desarrollo y los valores normativos, enfrenta hoy el reto de redefinir su papel frente a actores como China, Rusia y los países del Golfo. La creciente importancia de los recursos críticos, la presión migratoria y el retroceso de su influencia histórica obligan a la Unión Europea a adoptar un enfoque más pragmático

 

Líderes europeas en el EU – Africa summit 2025

Durante buena parte del periodo posterior a la descolonización, la relación de Europa con África estuvo signada por una narrativa de reparación histórica y por una concepción ética del desarrollo, centrada en principios normativos como la democracia liberal, los derechos humanos, la igualdad de género y la cooperación multilateral. Esta visión, que estructuró la arquitectura de las políticas europeas hacia el continente africano durante varias décadas, se materializó en programas de ayuda humanitaria, fortalecimiento institucional, asistencia al desarrollo y cooperación con organizaciones de la sociedad civil. Europa financió proyectos de electrificación rural, infraestructura sanitaria, programas educativos y procesos de reforma judicial y administrativa. No obstante, en las dos primeras décadas del siglo XXI, esta lógica ha comenzado a ceder paso a una estrategia más realista, marcada por un creciente enfoque transaccional y por la necesidad de defender intereses europeos en un contexto de creciente competencia internacional, tensiones geopolíticas, crisis migratorias y dependencia de recursos estratégicos.

Este viraje, que puede leerse como un intento de adaptar la política exterior europea a una realidad global profundamente transformada, refleja una tensión estructural entre los valores fundacionales de la Unión Europea y las exigencias de un orden mundial cada vez más definido por el poder económico y militar, la fragmentación normativa y la emergencia de actores no occidentales con agendas alternativas. En este nuevo “Gran Juego” africano, en el que compiten potencias como China, Rusia, Turquía, los países del Golfo y, en menor medida, India y Brasil, Europa se encuentra en una posición ambivalente: aunque conserva herramientas diplomáticas, económicas y normativas relevantes, su influencia relativa ha disminuido, y su capacidad de moldear las dinámicas políticas africanas enfrenta serias restricciones.

La ayuda al desarrollo entre el idealismo normativo y el cálculo estratégico

La política de cooperación europea en África ha estado tradicionalmente atravesada por una dualidad. Por un lado, se presentaba como un esfuerzo genuino por contribuir al bienestar de los países africanos; por otro, funcionaba como un mecanismo indirecto de control y proyección de poder blando. Los programas europeos de ayuda al desarrollo, sustentados por instituciones como la Dirección General de Asociaciones Internacionales (DG INTPA) y financiados a través de instrumentos como el Fondo Europeo de Desarrollo o el actual NDICI (Instrumento de Vecindad, Desarrollo y Cooperación Internacional – Europa Global), han movilizado decenas de miles de millones de euros en las últimas décadas. Solo entre 2021 y 2027, la UE ha previsto destinar 29.000 millones de euros a África subsahariana.

Sin embargo, en la práctica, estos programas han respondido también a intereses estratégicos concretos: contener la migración irregular, estabilizar regímenes aliados, garantizar mercados seguros para las exportaciones europeas y proteger inversiones en sectores críticos como la energía, las telecomunicaciones o los minerales estratégicos. Esta convergencia entre idealismo y pragmatismo ha generado tensiones internas y ha alimentado críticas tanto dentro como fuera del continente africano, donde muchos actores perciben la cooperación europea como una nueva forma de dependencia, ahora disfrazada de valores universales.

El ascenso de los actores extrarregionales y la erosión del poder blando europeo

Uno de los factores clave que explican la transformación del papel de Europa en África es el cambio en la configuración global del poder. En las últimas dos décadas, China ha desarrollado una presencia masiva en el continente, invirtiendo más de 300.000 millones de dólares en infraestructuras, minería, transporte, telecomunicaciones y energía, a través de su emblemática Iniciativa de la Franja y la Ruta. Este modelo de cooperación, basado en préstamos bilaterales, construcción de infraestructuras llave en mano y un enfoque explícitamente no intervencionista, ha sido recibido con entusiasmo por numerosos gobiernos africanos, que valoran su flexibilidad y su rápida ejecución frente a la burocracia y las exigencias normativas de los programas europeos.

Rusia, por su parte, ha desplegado una estrategia centrada en la seguridad, a menudo a través de compañías privadas como el Grupo Wagner, que operan en países como Malí, la República Centroafricana o Sudán. A cambio de protección militar y respaldo político, Moscú accede a concesiones mineras y a posiciones geoestratégicas clave. Países del Golfo, como Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, han aumentado también su influencia mediante inversiones financieras y acuerdos agrícolas, energéticos y portuarios.

En este nuevo contexto, el modelo europeo de condicionalidad —que vincula la ayuda al cumplimiento de estándares democráticos, laborales y ambientales— se muestra crecientemente ineficaz. África ya no es un receptor pasivo de asistencia, sino un actor con múltiples opciones. El atractivo del modelo europeo ha disminuido frente a alternativas que no imponen reformas institucionales ni condicionan la inversión a cambios en la gobernanza.

Migración: externalización del control y dilemas éticos

Uno de los ámbitos donde la estrategia europea ha sufrido una mayor transformación es el de la gestión migratoria. A raíz de la crisis de 2015, cuando más de un millón de personas —procedentes principalmente de Siria, Afganistán y el África subsahariana— llegaron a Europa, los gobiernos europeos adoptaron una política de contención externa. Esta estrategia se ha traducido en acuerdos con países norteafricanos como Libia, Marruecos y Túnez, a los que se han transferido cientos de millones de euros para que ejerzan de barreras de contención, interceptando migrantes, operando centros de detención y controlando las salidas hacia Europa.

El acuerdo firmado con Túnez en 2023, que incluye 105 millones de euros para control fronterizo, ejemplifica esta lógica securitaria. Si bien estas políticas han reducido notablemente el número de llegadas —como se observa en el descenso de los cruces marítimos desde Libia entre 2016 y 2019— también han sido objeto de duras críticas por legitimar prácticas abusivas, fortalecer regímenes autoritarios y violar derechos fundamentales. Diversas investigaciones han documentado casos de tortura, extorsión, detención arbitraria y esclavitud en centros financiados indirectamente por la UE. Este enfoque pone en entredicho los compromisos normativos europeos y plantea un dilema entre eficacia política y coherencia ética.

Recursos estratégicos y autonomía industrial: el nuevo frente geoeconómico

En un contexto global marcado por la transición energética, la digitalización y la reconfiguración de las cadenas de suministro, África ha adquirido una importancia estratégica creciente para Europa debido a su abundancia de minerales críticos como el cobalto, el litio, el manganeso o las tierras raras. Más del 60% del cobalto consumido en la UE procede de la República Democrática del Congo, y buena parte de su refinado se realiza en China, lo que genera una doble dependencia tecnológica y geopolítica.

Ante esta situación, la UE ha lanzado iniciativas como el Acta de Materias Primas Fundamentales (2023) y proyectos estratégicos como el Corredor de Lobito —en colaboración con EE. UU. y socios africanos—, que busca conectar los yacimientos del Congo y Zambia con el Atlántico. Asimismo, la Global Gateway, con una inversión prevista de 150.000 millones de euros, pretende contrarrestar la influencia china promoviendo infraestructuras sostenibles y cadenas de valor locales.

Sin embargo, el modelo europeo aún enfrenta obstáculos importantes: los gobiernos africanos ya no están dispuestos a aceptar acuerdos que perpetúen la lógica extractiva colonial. Reclaman transferencia de tecnología, creación de empleo local, formación técnica e industrialización nacional. La competencia de China, que ofrece paquetes integrales que incluyen ferrocarriles, centrales eléctricas y zonas industriales, representa un desafío serio. Si Europa desea mantener relevancia, deberá adaptar sus ofertas a las aspiraciones africanas de soberanía económica y desarrollo autónomo.

Seguridad, presencia militar y límites de la estrategia europea

El ámbito de la seguridad revela también las tensiones internas del enfoque europeo. A diferencia de Estados Unidos —que mantiene bases militares permanentes en Yibuti, Níger o Somalia— o de Rusia, que actúa a través de empresas militares privadas, la UE ha optado por misiones multilaterales de bajo perfil bajo el marco de la Política Común de Seguridad y Defensa. Sin embargo, los golpes de Estado en Malí, Burkina Faso y Níger, y el fracaso de la Operación Barkhane liderada por Francia, han expuesto las limitaciones de este modelo. La expulsión de tropas europeas y su reemplazo por fuerzas rusas revela una pérdida de influencia y cuestiona la eficacia del enfoque formativo y de largo plazo que ha caracterizado a la UE.

Además, el repliegue francés ha dejado a Bruselas sin un actor de referencia para articular una política coherente en el Sahel. La fragmentación interna de los Estados miembros y la falta de una política exterior común robusta debilitan la capacidad de acción de la UE. Mientras que algunos países priorizan la sostenibilidad y los valores democráticos, otros buscan acceso rápido a recursos o contratos estratégicos.

Entre la relevancia y la irrelevancia estratégica

Europa se encuentra en una encrucijada histórica en su relación con África. El paso de un enfoque basado en valores a una estrategia guiada por intereses plantea desafíos existenciales para la identidad geopolítica de la UE. En un mundo multipolar, caracterizado por la fluidez de las alianzas, el debilitamiento del multilateralismo y el ascenso de nuevas potencias, Europa debe redefinir su papel sin renunciar a sus principios fundacionales. Ello implica desarrollar una política exterior más coherente, pragmática y adaptativa, capaz de responder a las demandas africanas sin perder legitimidad normativa.

Si la UE no logra alinear sus objetivos estratégicos con las aspiraciones de soberanía, industrialización y autonomía política del continente africano, corre el riesgo de convertirse en un actor secundario en un tablero geoeconómico que se redefine rápidamente. La clave estará en combinar inversión sustantiva, respeto por la diversidad africana y un nuevo contrato político que reconozca a África no como un terreno de intervención, sino como un socio estratégico indispensable en la configuración del futuro global.


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Por Instituto IDHUS

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