Azawad-Malí: Las lecciones de Tin-zawaten

Azawad-Malí: Las lecciones de Tin-zawaten

Abdoulah ATTAYOUB

La derrota de los mercenarios del grupo ruso Wagner por los combatientes del CSP DPA (Marco Estratégico Permanente para la Defensa del Pueblo del Azawad) en Tin-zawaten del 25 al 27 de julio de 2024 pasará sin duda a los anales de las guerras sahelianas como una concentración de lecciones tanto militares como políticas. En efecto, desde la salida del CSP-DPA de Kidal, las autoridades malienses, galvanizadas por el apoyo de los mercenarios de Wagner, han perdido toda capacidad para discernir las realidades sobre el terreno. Han olvidado rápidamente su debacle sin precedentes de 2014, cuando su ejército, entrenado por la Unión Europea y Estados Unidos, fue derrotado por los Movimientos Azawad en Kidal. También se han apresurado a pasar por alto el hecho de que, desde aquella derrota, las FAMa (fuerzas armadas malienses) no se han atrevido a aventurarse en el norte de Azawad y que, sin los recursos materiales del grupo Wagner, los movimientos de Azawad seguirían en Kidal. Hay que recordar que Kidal fue tomada prácticamente sin combatir, ya que los combatientes del Azawad habían considerado más prudente retirarse ante los recursos tecnológicos de los rusos.

El otro aspecto de la derrota de Tin-zawaten es que contribuyó a acabar con el mito de la invencibilidad del grupo Wagner en África. Sea cual sea el desenlace de los acontecimientos, esta batalla perdida constituye una seria advertencia para los actores extranjeros que interfieren en los conflictos entre actores locales en el Sahel central durante las intervenciones armadas. Aunque sólo se trate de una batalla, la imagen de Wagner, si no la de Rusia, ha quedado dañada en África.

Al traer a los mercenarios de Wagner y soltarlos en la Macina y el Azawad, para llevar a cabo lo que algunos consideran una limpieza étnica, las autoridades de Bamako corren el riesgo de acelerar la desintegración de Malí en su forma actual. Las autoridades malienses son culpablemente frívolas al pensar que Wagner, y por tanto la opción militar, les permitirá poner fin al conflicto que les enfrenta a Azawad desde la independencia. Se aleja aún más de la solución política plasmada en los Acuerdos de Argel, recientemente denunciados por la Junta. El recurso a mercenarios extranjeros demuestra claramente la falta de visión y de voluntad política para encontrar una solución definitiva al problema.

Con AES (Alliance des Etas du Sahel) o sin ella, Níger y Burkina Faso no deberían inmiscuirse en el conflicto político intermaliense participando en la carrera desenfrenada por suprimir las reivindicaciones legítimas desde hace mucho tiempo de ciertas regiones de Malí bajo el pretexto de la lucha contra el «terrorismo». Al inmiscuirse en este conflicto, estos países corren el riesgo de extenderlo. Hay que tener en cuenta que algunos sahelianos creen que el ESA fue concebido principalmente para combatir a las poblaciones nómadas del Sahel, cuyos territorios tradicionales, usurpados por la dominación colonial, representan la gran mayoría de la superficie de los tres países.

En el contexto geopolítico actual, Azawad también tiene derecho a buscar todas las alianzas que considere oportunas para hacer frente a la barbarie del ejército maliense, sus auxiliares sahelianos y sus partidarios wagnerianos. En Tin-zawaten, como ayer en Kidal, las fuerzas de Azawad no se enfrentaron al ejército maliense, sino a mercenarios extranjeros equipados con tecnologías nunca utilizadas contra ellos en este conflicto. Por tanto, es de esperar que los combatientes de Azawad adapten sus métodos de combate y unan sus fuerzas a cualquiera que esté dispuesto a acudir en su ayuda.

Al recurrir a mercenarios, las autoridades malienses están sumiendo a su país en un caos que puede acelerar su descomposición. Malí, en su configuración actual, es una creación reciente de Francia, que lo ha protegido desde su independencia y ha optado por ayudarle a contener las demandas de Azawad. Es curioso que los nuevos panafricanistas que tanto vilipendian a Francia nunca lleguen a reconocer que también fue Francia quien trazó las fronteras e instaló los sistemas políticos que hoy luchan contra ella. Las comunidades que han sido víctimas de la injusticia poscolonial tienen derecho a seguir reivindicando su derecho a participar en la gestión de las entidades estatales validadas por la comunidad internacional tras la independencia. La elección exclusiva de la opción militar corre el riesgo de incendiar el Sahel central y generar multitud de guerras civiles. Los sistemas políticos actuales, estructurados en torno a unas comunidades contra otras, no lograrán crear Estados verdaderamente viables.

La comunidad internacional, paralizada hoy por la divergencia de intereses y percepciones en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ha perdido toda credibilidad. La denuncia por parte de la junta de Bamako de los Acuerdos de Argel (Acuerdo para la Paz y la Reconciliación en Malí destinado a poner fin a la guerra en Malí, firmado el 15 de mayo y el 20 de junio de 2015 en Bamako) es una afrenta elocuente de la impotencia o la falta de interés de la comunidad internacional por las cuestiones políticas que sacuden el Sahel desde hace sesenta y seis años.

Al tratar de diluir su responsabilidad hacia la población de Azawad, el gobierno maliense se encierra en una negación suicida, cuyas consecuencias le resultará difícil controlar.

El Acuerdo de Argel sigue siendo la única salida al conflicto entre Azawad y el Estado central de Malí. Argelia, a pesar de su condición de mediador principal por mandato de toda la comunidad internacional, ha sido incapaz de persuadir a los beligerantes para que lo apliquen. Esta debilidad diplomática ha sido aprovechada por la junta maliense para desentenderse y burlarse del resto del mundo. Desde hace algunos años, Argelia muestra cierto desinterés por la cuestión de Azawad. Esta sorprendente actitud, contraria a la práctica habitual, corre el riesgo de socavar significativamente la credibilidad de Argelia como potencia regional que hasta ahora ha sido responsable de los esfuerzos de la comunidad internacional para contener la crisis de Malí y encontrar respuestas adecuadas. Argelia da la impresión de estar desbordada por la cuestión del Sahel, hasta el punto de ser objeto de desconfianza por parte de la junta maliense.

Rusia y Turquía, recién llegados a la escena del Sahel, deben ser conscientes de que sus intereses en la subregión nunca podrán prosperar frente a los de una parte de la población que ha sido víctima de injusticias y estigmatizaciones desde la creación de los tres países del Sahel central. Estos países no deben inmiscuirse en conflictos internos que enfrentan a los Estados con comunidades cuyos derechos han sido pisoteados durante décadas, y menos aún participar en un intento de exterminio de comunidades con pretextos falaces. Al calificar de «terroristas» a los movimientos de Azawad, las actuales autoridades malienses sólo pretenden engañar a la comunidad internacional e incluso a una parte de su propia opinión pública, mientras que esta actitud sólo sirve para alejarlas aún más de una solución política, que es la única vía hacia la paz y la estabilidad en el Sahel central.

El ejército maliense se ha distinguido a menudo por sus métodos sanguinarios en el Azawad y hoy también en la Macina. Durante más de sesenta años, las masacres masivas cometidas contra las poblaciones civiles han quedado impunes, y la comunidad internacional ha optado por proteger estos crímenes, llegando incluso a conceder a las autoridades malienses la etiqueta de «mejor demócrata» de la subregión en los años noventa.

Esta impunidad explica también la facilidad con la que el actual gobierno se entrega a las ejecuciones sumarias y a la barbarie, que ha alcanzado su clímax con escenas de canibalismo en los últimos meses. Las decapitaciones y otras atrocidades se han convertido en moneda corriente sin que los miembros del Consejo de Seguridad se inmuten. Hace tiempo que Mali perdió toda legitimidad para reclamar cualquier derecho sobre el territorio de Azawad. Cuando un Estado ataca ciegamente a parte de su población por su pertenencia étnica o cultural, pierde toda credibilidad para reclamar legitimidad.

En lugar de trabajar para construir una entidad compartida al servicio de todas las comunidades de Malí, algunos utilizan el Estado como herramienta de represión para imponer la hegemonía de ciertas comunidades en detrimento de otras. El Sahel central no podrá ser estable y desarrollarse mientras no se tome en serio la cuestión matriz del equilibrio de poderes y la inclusión de todas las comunidades en la gestión del Estado. Los supremacistas de estos países, cuya retórica y propuestas de solución a la crisis del Sahel están a la altura de las de los extremistas más violentos y racistas del mundo, gozan sin embargo de un aura con los dirigentes de los tres países de la ESA, lo que dice mucho de la agenda oculta de este proyecto.