El Sahel, frontera sur de Europa

El Sahel, frontera sur de Europa

Los países del Sahel actúan como gendarmes de Europa ante los flujos migratorios, provocando cada vez más controles fronterizos, desplazamientos de población y violaciones de derechos humanos

Oriol Puig Doctor
MondAfrique

«Hace poco le preguntaron a un ministro europeo por qué había ido a Níger, y él respondió que «este país es nuestro vecino, simbólicamente hablando». De esta forma velada pero sugerente, el jefe de misión de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Martin Wyss, admite la externalización de las fronteras europeas en el Sahel. La embajadora de Europa en Níger, Denise-Elena Ionete, rechaza el concepto pero reconoce que sigue la misma lógica cuando subraya la importancia creciente de Níger en la cuestión migratoria.

Expulsiones masivas

Níger es el gendarme de la migración irregular hacia Europa, y aplica políticas europeas de contención desde 2015. Es el producto de la obsesión de la UE por frenar el flujo de personas que entran en su territorio. No importa que, según la ONU, haya más personas moviéndose dentro de África que dirigiéndose al viejo continente. La preservación de los intereses económicos en la región, la expansión del comercio de seguridad y «el rechazo atávico de Europa a formar sociedades mixtas», en palabras de la intelectual maliense Aminata Traoré, impulsan la estrategia de la UE de restringir los flujos migratorios. Se trata de un mecanismo de control basado en el refuerzo de las fronteras, el fomento de las expulsiones y la utilización de fondos de cooperación para impedir la afluencia de personas.

Más de 40.000 personas han sido expulsadas por Argelia a la frontera con Níger desde 2014. Álex es una de ellas. Nos cruzamos con él mientras saluda a uno de sus compatriotas cameruneses a su llegada al centro de tránsito de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Agadez. Se dirigía a trabajar a una cantera de Argel cuando la policía lo detuvo y le confiscó todo lo que llevaba, incluido el teléfono móvil, antes de llevárselo en un autobús con destino desconocido.

Tras varios días de malos tratos y humillaciones, las fuerzas de seguridad lo abandonaron en medio del desierto del Sáhara, junto con decenas de otros ciudadanos subsaharianos. Desde allí, caminaron unos quince kilómetros hasta Níger, donde les esperaba la OIM.

Nunca quiso llegar a Europa. Casado con una argelina desde hacía ocho años, este emigrante estaba bien instalado en el país, a pesar del racismo cotidiano al que se enfrentaba. Mi mujer, que me esperaba en casa», explica, «no sabe dónde estoy. Insistí en hablar con ella, pero no me dejaron. Está embarazada de dos meses y sólo quiero decirle que estoy vivo».

Vuelven las caravanas

Muchos fueron expulsados a Níger en virtud del acuerdo de readmisión firmado por Argel y Niamey en 2014. Aunque en teoría solo afecta a los ciudadanos nigerinos, en la práctica se aplica a todos los subsaharianos.

Para organizaciones sociales nigerinas como Alternative Espaces Citoyens, la expulsión es una violación flagrante del derecho internacional. Se trata de desplazamientos forzosos masivos de población, sin previo aviso y en condiciones precarias e inhumanas.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ayuda a las víctimas del lado nigerino de la frontera y las invita a participar en su programa de «retorno voluntario», aunque éste se produzca tras una expulsión forzosa. La OIM, organismo interestatal vinculado a la ONU, facilita el transporte desde la frontera hasta los países de origen, por avión o autopista.

Níger cuenta con varios centros de tránsito en los que colabora con ACNUR para identificar a posibles solicitantes de asilo y/o refugiados, actuando según la visión hotspot propuesta por el presidente francés Emmanuel Macron, rechazada inicialmente por el gobierno nigerino pero finalmente desplegada. Las instalaciones, que evacuan y protegen a los migrantes, desempeñan un papel clave en las políticas de contención y se están expandiendo por todo el Sahel. Para algunos activistas y expertos, esta organización cumple una doble función, por un lado «acariciar y por otro golpear», según el antropólogo y misionero Mauro Armanino. Para Bréma Dicko, investigador de la Universidad de Bamako, «es el ejecutor de las políticas europeas», una especie de «agencia de deportación» bajo el paraguas de la ONU.

En Malí, el papel de la agencia es diferente al de Níger. El tamaño de la diáspora maliense y sus remesas han impedido una aplicación más amplia. Sin embargo, los dos Estados son los beneficiarios mayoritarios de la ayuda oficial del Fondo Fiduciario de Emergencia para África de la Unión Europea, principal instrumento para intentar «atajar las causas profundas de la migración».

La sociedad civil denuncia el desvío de fondos destinados a luchar contra la pobreza hacia objetivos de seguridad, e igualmente varios expertos ponen en duda la correlación directa entre falta de desarrollo y migración. De hecho, «el desarrollo intensifica la movilidad, y no al revés», explica Harouna Mounkaila, directora del grupo de investigación sobre migraciones de la Universidad de Niamey.

La migración, corolario del desarrollo

En Níger, una ley aprobada en 2015 tipificó como delito la trata de seres humanos y, desde entonces, la represión es omnipresente en el norte del país, según el responsable del organismo encargado de su aplicación, Gogé Maimouna Gazibo. Según las autoridades locales, las medidas contra la llamada migración irregular han llevado al desmantelamiento de redes, el encarcelamiento de doscientas personas y la confiscación de decenas de vehículos. En definitiva, un duro golpe para la economía local de Agadez.

La UE había prometido subvenciones para ofrecer alternativas de desarrollo. «Seguimos esperándolas. Sólo tenemos derecho a 1,5 millones de francos CFA para abrir un negocio, cuando antes ganábamos eso en un día organizando migraciones», dice Bachir, un antiguo contrabandista que participa en el programa de reciclaje de la UE. «La repentina congelación del comercio sin tener en cuenta las necesidades de nuestra población ha provocado el despliegue de rutas alternativas que mantienen el tráfico de manera más informal», según el teniente de alcalde de Agadez, Ahmed Koussa. El tráfico continúa, pero de forma invisible, por rutas más complicadas, más arriesgadas y más caras: «En las carreteras secundarias que no tienen puntos de agua hay bandidos armados, y una pequeña avería puede ser fatal», dice Ahmed, antiguo conductor en la ruta hacia Libia.

«Entrar en Europa o morir».

Las carreteras se bifurcan hacia Chad y, sobre todo, Mali, donde recientemente se ha producido un notable aumento de la población que se desplaza a la ciudad de Gao, pasando de 7.000 en 2017 a 100.000 en 2018, según datos de la Maison du Migrant. Esto demuestra que la mano dura contra la migración en Níger está «trasladando el problema a otro país sin resolverlo», según Sadio Soukouna, investigador del Institut de Recherche pour le Développement (IRD). El resultado es un aumento exponencial del tráfico informal y de los riesgos que conlleva: asaltos, robos, violaciones y secuestros por grupos armados.

El refuerzo de los controles fronterizos y la extensión de los puntos de vigilancia ponen en entredicho el protocolo de libre circulación de la CEDEAO, obstaculizan la continuidad de la movilidad histórica y son contrarios al pasaporte único continental en el que trabaja la Unión Africana (UA), según la sociedad civil. Según Moussa Ouédraogo, responsable de la ONG Grades en Burkina Faso, la ampliación de los controles con el pretexto de luchar contra el terrorismo enmascara un objetivo de «intimidación de los emigrantes».

El gobierno de Níger afirma respetar la libertad de circulación, siempre que los viajeros dispongan de documentos válidos. Junto con la UE, se felicita por la reducción del número de personas que pasan por su país, que ha disminuido un 90% con respecto a 2016, según cifras oficiales, pero según los expertos, estas cifras deben cuestionarse, ya que muchos de estos desplazamientos son cada vez más clandestinos y eluden los puestos de control. Algunos de los expulsados, repatriados o evacuados de los países del Magreb permanecerán en sus países, pero muchos otros retomarán el camino del exilio, como Ibrahim, de Senegal, que emigró a Argelia tras una estancia en Libia. «En cuanto vuelva, volveré a intentar la ruta marroquí hacia Europa e intentaré saltar las vallas».

Y resume la alternativa que sella su destino: «Entrar en Europa o morir».