Un ejemplo de ello es la región del Sahel, asolada por la inestabilidad política y el aumento de los conflictos. ¿Y si la solución fuera tener más en cuenta la necesidad de adaptarse al cambio climático?
Moussa Mara
Ex Primer Ministro de Malí (2014-2015)
Desde hace casi cuarenta años, el río Níger, la mayor vía fluvial de África Occidental, se ha ido encenagando poco a poco hasta secarse en algunos lugares, perturbando el comercio fluvial, vital para millones de personas. El potencial de regadío está disminuyendo y las tierras que antes se utilizaban para el pastoreo están desapareciendo, dejando a millones de pastores en la indigencia. Estos pastores y los numerosos agricultores compiten por la tierra y acaban recurriendo a la violencia unos contra otros. Como consecuencia, las zonas de conflicto intenso se están convirtiendo en asentamientos prioritarios para los terroristas, no sólo en Níger y Burkina Faso, sino también en Malí.
Cómo el cambio climático está aumentando los conflictos
Malí ha perdido dos tercios de sus bosques en los últimos treinta años. El lago Chad, antaño el mayor lago de África Occidental, ha perdido tres cuartas partes de su agua por evaporación, dejando a millones de personas sin nada con lo que sobrevivir. Estas poblaciones, obligadas a cambiar sus sistemas de producción, compiten con los agricultores vecinos, lo que da lugar a tensiones y a veces a violencia. No es de extrañar que las zonas en torno al lago Chad, donde confluyen Níger, Chad, Nigeria y Camerún, sean focos de grupos terroristas.
La región del Sahel y África Occidental tiene una de las tasas de crecimiento demográfico más altas del mundo. La pérdida de recursos naturales, unida al rápido crecimiento demográfico, genera conflictos y desemboca en violencia.
Los conflictos entre comunidades son anteriores a la aparición de grupos terroristas en nuestras regiones. Los Estados no han sabido hacer frente a estos conflictos, ¡al contrario! En muchos lugares, la intervención del Estado los ha exacerbado. La mala administración de justicia, la corrupción administrativa y las injerencias sociopolíticas han creado una gran frustración y un claro sentimiento de injusticia entre las comunidades de nuestros países. Los movimientos terroristas, buenos conocedores de las realidades sobre el terreno, han sabido explotar eficazmente estos resentimientos y ganarse la simpatía de amplios sectores de la población. Como resultado, la violencia se ha vuelto endémica en el Sahel y en África Occidental.
La extensión de la violencia
Estas realidades estructurales se extienden y amenazan a muchos otros países del continente africano. De Mozambique a Somalia, pasando por la República Democrática del Congo, la violencia terrorista, alimentada por el empobrecimiento de las poblaciones y su frustración frente a Estados fallidos, florece y amenaza con extenderse. Está claro que las armas por sí solas no bastarán para combatir esta amenaza. Es imperativo abordar las causas profundas de la inseguridad y la violencia terrorista en nuestros países si queremos tener alguna esperanza de un cambio duradero. Estas causas profundas incluyen el cambio climático y sus desastrosos efectos en nuestros ecosistemas naturales.
El primer paso para remediar este mal es reconocer la urgencia de la situación y la necesidad de abordarla adecuadamente. Si hay una zona que necesita urgentemente beneficiarse de fondos para reparar pérdidas y daños, ésa es nuestra región saheliana. Allí, las pérdidas y los daños pueden contarse por cientos de miles de vidas perdidas.
Movilizar fondos rápidamente
Estos fondos podrían utilizarse de varias maneras. En primer lugar, para restaurar el patrimonio natural dañado. El desarenado del río Níger, que se ha intentado varias veces en Malí pero sin éxito debido a los modestos medios comprometidos, permitiría aumentar los intercambios económicos entre millones de personas, reanudar la producción cerealera y agrícola y, por tanto, aumentar la seguridad alimentaria de las poblaciones de Malí, Níger y Nigeria. También deberían asignarse fondos a inversiones en desarrollo humano, reconciliación, fortalecimiento del tejido social y capacitación de las mujeres, que son cruciales para nuestras sociedades. Por último, es esencial mejorar la actuación del Estado para garantizar la sostenibilidad de las acciones emprendidas.
En cuanto a las herramientas, será útil implicar a las agencias del sistema de las Naciones Unidas, en estrecha colaboración con las organizaciones locales, nacionales y regionales, debido a su pericia y experiencia en este ámbito. La combinación de la experiencia de las Naciones Unidas y los conocimientos locales de las organizaciones locales debería permitirlo.
Es urgente actuar con rapidez si no queremos perder las últimas esperanzas de estabilidad en estas zonas, gravemente afectadas por la violencia armada con el cambio climático como telón de fondo.
Reducir la burocracia y facilitar la acreditación de estructuras capaces de recaudar recursos serán factores clave del éxito de los vastos planes que hay que emprender para sacar a estos países de la agonía de la desestructuración.